Escribo, escribo, escribo para no morir


Albricias, casi he terminado la historia de Besos Voraces, que ahora tiene un título mucho más guay (la voy a mover por concursos, así que no os puedo decir nada más sobre eso), y además Fronda está casi lista para ser publicada, pronto os contaré más, pero hoy vengo a hablaros de mi amor por Ray Bradbury.
Los reyes majos me han traído joyitas suyas y me estoy leyendo todo lo que pillo de él ¡menos mal que fue prolífico! Algunos cuentos los estoy releyendo y ahora veo mucho más que cuando los leí por primera vez hace diez años, me pregunto si me pasará lo mismo dentro de otros diez cuando vuelva a enamorarme de él. Leer, leer, leer para vivir y escribir, escribir, escribir para no estar muerta, eso he aprendido de Ray el inmortal.
Os dejo este prólogo de El hombre ilustrado, nos leemos pronto ;)

"Una noche, mientras me estaba sirviendo mi amigo camarero, Laurent, que trabaja en la Brasserie Champs du Mars cerca de la Torre Eiffel, me habló de su vida.
–Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce –me dijo– y después a medianoche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez y luego arriba a las once a trabajar diez o doce horas y a veces quince.
–¿Cómo consigue hacerlo? –pregunté.
–Fácilmente –dijo–. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que bailamos, bailamos, bailamos para no estar muertos. No queremos que eso ocurra.
–¿Qué edad tiene usted? –le pregunté.
–Veintitrés –me dijo.
–Ah –dije, y lo tomé gentilmente del codo–. Ah. Veintitrés, ¿no?
–Veintitrés –dijo sonriendo–. ¿Y usted?
–Setenta y seis –dije–. Y yo tampoco quiero estar muerto. Pero no tengo veintitrés. ¿Qué puedo hacer?
–Sí –dijo Laurent, inocente y todavía sonriendo–. ¿Qué hace usted a las tres de la mañana?
–Escribir –dije al cabo de un momento.
–¿Escribir? –repitió Laurent, asombrado–. ¿Escribir?
–Para no estar muerto, como usted.
–¿Yo?
–Si –dije, sonriendo–. A las tres de la mañana escribo, escribo, ¡escribo!
(...)
O en las palabras de la canción de las doce sillas, de Mel Brooks: 
espera lo mejor, 
espera lo peor,
tú puedes ser Tolstói
o también Fannie Hurst.
Espero encontrarme con H. G. Wells o tener la compañía de Julio Verne. Cuando trabajo en un espacio viviente entre los dos, entro en éxtasis.
Termino como comencé. Con un amigo camarero parisense, Laurent, bailando toda la noche, bailando, bailando.
Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. 
Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana.
Para no estar muerto.